Por una parte, la juventud está impregnada de buenos deseos
para uno y para los suyos. Se trata de buscar emociones, de búsqueda de amor de
pareja, en definitiva de cumplir sus sueños.
Por otra parte, también la juventud está impregnada de
buenos deseos para los demás, por tratar de que
mediante el esfuerzo personal y generacional se consiga una mejora
sustancial de la sociedad.
Y todo ello, coincide en un momento de la vida en que uno
está en sus mejores condiciones físicas y psíquicas.
Pero realmente, ¿es tan feliz este estadio de la vida?, ¿lo
es para todos los jóvenes?
Evidentemente no. La afirmación de que es una etapa feliz no
es cierta ni falsa, sino que aplicando la lógica borrosa está llena de grises.
Se necesitan tomar decisiones para afirmar la identidad de
uno y tomar decisiones es una tarea que por cotidiana no deja de ser difícil de
hacer.
Uno de los grandes problemas de esta plasmación de vitalidad
es que no está exenta de riesgos, de entre los que destaca por su importancia
el de la pérdida de vitalidad, del posible encuentro con la muerte temprana que
lo convierte en la gran paradoja.
“Vive de prisa, muere joven, y así tendrás un cadáver bien
parecido”.
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